viernes, 26 de marzo de 2010

Guanches, silbidos y rondallas en hermandad canaria

Una añeja estampa de Juan Vicente Camacho nos retrata al espontáneo isleño que se ganaba la simpatía de los bellacuelos caraqueños asomados a su pulpería para hartarse de cuanta golosina encontraran en el manirroto Miguelacho, partidario de la causa republicana mientras su mujer era encendida correligionaria del Rey de España.

La página nos revela que isleños hubo siempre aquí y que tomaron parte de lo cotidiano para perpetuar su larga y ventajosa estada, echando raíces y aportando cuanto les fue de suyo para congeniar con esta tierra generosa que descorrió sus portones y abrió el corazón de la patria para albergarles con su esfuerzo, tesón, alegría y devoción.

Razón tienen para el agregado fervoroso de Octava Isla, sumada a las 7 del archipiélago, a saber: Gran Canarias, La Palma, Tenerife, El Hierro, Fuerteventura, La Gomera y Lanzarote. No en balde figura este suelo como el más propicio para el aposento de canarios en América y el más numeroso establecimiento isleño del Nuevo Mundo.

Agradezco el privilegio del Hogar Canario de Mérida –a Milagros Francisco y doña Mary Expósito- para hacer de coanfitrión en el XVI Festival de Tradiciones y Folklore Canario 2009, celebrado aquí el 11 de octubre con una treintena de agrupaciones que se lucieron en usanza isleña, acompañados de doña Guillermina Hernández, Viceconsejera de Emigración y Cooperación con América del Gobierno canario, Miguel Ángel Machín, Director de Relaciones con América, Juan Ramón Rodríguez. Alcalde de Los Llanos de Aridane y Jacinto Pérez, Delegado de las islas para Venezuela.

Este año los canarios de toda Venezuela dirigieron su festival a encumbrar la memoria de su ancestro, representada en el gentilicio “guan chenech” que en Tenerife se hizo voz para designar “guanches” a los nativos moradores de las islas. En Mérida desplegaron su fortaleza cultural con rondallas, cuerpos de bailes, danza y deslumbrante boato.

La cita anual, sucesión de 15 eventos similares, recorre el país apiñando a la familia canaria, consolidando su estimación colectiva y fortaleciendo la identidad por lo raigal en gastronomía, indumentaria, geografía e historia, con énfasis en promover entre las nuevas generaciones la necesaria emoción y querencia que tanta falta hace a todos.

No puede esconderse la brizna de sangre canaria que tenemos. Merideños como don Tulio, revelaron el franco ascendente y Presidentes de la República militaron en los apellidos que venían de Tenerife “la isla de la eterna primavera”, Fuerteventura “el viejo país canario”, La Palma “La isla verde”, La Gomera, donde Colón oyó misa antes de zarpar a América, Lanzarote “paraíso de labrantío” o El Hierro “de la rancia tradición”.

Nos sorprendió la simpatía del silbo isleño, suerte de lenguaje que salva barrancos y montañas de La Gomera y que hoy el campesino sureño en Mérida reproduce con envidiable parecido en idéntica circunstancia de accidente geográfico y ocasión de cercanía. Tal es la fuerza del legado insular.

Hurgando papeles hemos topado la presencia del apelativo nuestro en lugares de Extremadura, La Palma y Tenerife, con mayor recurrencia que en Felgueires de Portugal, donde forjó solar y escudo el apellido que vino al continente en 1633, procedente de Vigo, Galicia, según la crónica colonial.

Con los canarios hemos celebrado el XVI Festival de Tradiciones y Folklore, calibrando la esencia cultural que sigue la ruta de hacer vigente su sentido de pertenencia histórica. El derroche de esplendor en arreglos vocales, música y danzas nativas, satisfizo la velada inolvidable. Ojala y su nivel pueda ser calcado entre los merideños, para la provechosa proyección de una ciudad con vocación cosmopolita.





ramonsosaperez@yahoo.es



Emilio Maldonado o la clarividencia de un merideño

Ramón Sosa Pérez

Fino observador, imaginativo y perspicaz. Generoso en la amistad y “sobremanera sencillo, como correspondía a su profundo saber y a su modo peculiar de pensar”, de acuerdo a la docta expresión de don Pedro Nicolás Tablante, biógrafo suyo, en el elogio que, por mandato del Rector Perucho Rincón, hiciera en el Paraninfo universitario.

La declaración pertenece a un merideño cuyo nombre es suficiente para enarbolar el estandarte de su erudición: Emilio Maldonado López, nacido el 15 de septiembre de 1860 en el corazón de esta villa, unos 5 días más tarde que el tradicionista Gonzalo Picón Febres y a 4 meses del natalicio de su coterráneo Tulio Febres Cordero. Tan parejas fechas son dignas de grata significación para Mérida, de grata adhesión humanística.

Don Emilio procedía de ilustre linaje, hijo de don Juan José Maldonado, animoso guerrero que acompañó al General Páez en la gesta patria, en atención a los apuntes del padre José Humberto Quintero en 1953. Reclamaba con justicia su cepa en línea de parentela con Juan de Maldonado “fundador de esta Mérida serrana y atribuida por fantasía de historiadores a Juan Rodríguez Suárez”, según su verbo lapidario.

Al despuntar su mocedad, la muerte del maestro Juan José lo dejó en orfandad, al cuidado de doña Juana Clímaco y por asociación espiritual en compañía de su hermana Juana Paula, suerte de lazarillo de sus quimeras. Un cuaderno de pulcra caligrafía, que debió caer en manos de algún pícaro, Emilio daba cuenta que se había matriculado en la Universidad, con apenas 17 años de edad, para estudiar Ciencias Filosóficas.

Con talento y aplicación envidiables, el joven obtuvo la probidad necesaria para avanzar con sorprendente rapidez en el escalafón de suficiencia, gracias a su habilidad en los niveles de aprendizaje. En los años subsiguientes obtuvo primer lugar y mención sobresaliente y el 26 de noviembre de 1881 concurrió ante el Rector para exigir la Licencia, mientras hacía el petitorio de su paga como docente que desempeñaba al tiempo. El documento es revelador de la exigua estrechez económica en que se hallaba.

Fue catedrático interino en la universidad, gracias a la sapiencia demostrada en los niveles de aprendizaje. El 6 de diciembre de 1881 egresó en Filosofía y a los 5 años le fue conferido el grado de Agrimensor, con refrenda del célebre investigador Eusebio Baptista, según certifica su expediente universitario.

Riguroso discípulo de la ciencia, no se cansó de estudiar jamás. Dibujante aventajado, lector ambicioso y explorador de cuanto le reportara oportunidades de indagación. Junto a su hermana Juana Paula se empeñó en una labor de investigación sin precedentes. Ejerció la cátedra universitaria por más de 60 años con brillantez en Dibujo lineal, Filosofía Matemática, Cosmografía, Etimología Latina y Física.

A la par de estas tareas, no dio tregua a la investigación y fue oportuno servidor público como Registrador de Mérida, habida cuenta de su pericia en la mensura de tierras, que le permitió internalizar en el alma citadina, al transar desavenencias en reparto de tierras que, por respeto y sapiencia, cedían a la ordenanza de don Emilio Maldonado.

Mucho más pudiera decirse de este grande hombre, investigador a tiempo completo y honra del gentilicio merideño, al punto que en 1935 la Academia de Ciencias Físicas. Matemáticas y Naturales de Venezuela le honró como Miembro Correspondiente Nacional. Sólo 2 instituciones educativas llevan su nombre, una en Timotes y otra en Mucutuy. En esta última, transcurrió mi educación primaria. Don Emilio Maldonado es el gran desconocido para las nuevas generaciones de merideños.

ramonsosaperez@yahoo.es